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Los molinos de agua se usaron de siempre para la molienda del grano, pero, hacia el siglo XVI, el interior de la Península fue azotada por una sequía, lo que llevó a una búsqueda de nuevas fuentes de energía. Los últimos cruzados que llegaron de Tierra Santa y la llegada de la Orden de Malta a España se consideran los posibles emisarios de la construcción de los molinos de viento.

En 1575, las Relaciones Topográficas de Felipe II mencionan «muchos molinos» en el municipio de Campo de Criptana. El estudio catastral del Marqués de la Ensenada de 1752, censa treinta y cuatro molinos de viento en esta localidad, abundancia que ha llevado a algunos estudiosos a plantearse la posibilidad de que Cervantes se inspirase en los de Campo de Criptana al escribir la aventura del capítulo VIII de la primera parte, de El Quijote.

En 1846 en el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, Vol. 5 de Pascual Madoz dice: «27 molinos harineros, uno de agua en el Záncara que sólo muele dos veces al año; un batán en el mismo río».

En el 1870 hubo un declive en la molienda de los molinos por la aparición en el mercado europeo de los granos americanos, rusos y australianos. De todas formas su declinar fue lento. La harina para el pan fue lo primero que tuvieron que dejar de fabricar. No obstante, la harina de almortas y la molturación de piensos para el ganado siguió hasta el siglo XX. Queda noticia de que en Campo de Criptana, los molinos funcionaron hasta entrados los años 50.

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